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V

Del Corral y Albitez volvieron antes de lo esperado. En un campo en Nombre de Dios habían visto a los lejos un hombre amarrado que les gritaba para persuadirlos de no creerle a Nicuesa. Intrigados, ambos fueron durante la noche hasta el tronco donde lo tenían atado para cuestionarlo. Nicuesa lo había enjuiciado para ejecutarlo porque le descubrió unas alhajas en un cofre que estaba enterrando. El hombre se identificó como Lope de Olano y creía que por su lucha en batalla tenía derecho a parte del botín reunido, lo mismo que pensaban los colonos de Santa María contra Enciso. Liberado escapó con Albitez y Corral a dar aviso del error que cometerían.

Entregar el dominio de Santa María a Nicuesa sería peor. Tras ser informados los colonos cabecillas, mandaron a llamar a Balboa para que los ayudara.

– La tierra y todo de ella es del que la conquista y la trabaja, les dijo.

Enciso no tenía realmente ninguna autoridad porque estaban en tierras de Veragua, cualquiera podía desconocerlo y juzgarlo. El problema era cómo quitarse a dos tiranos al mismo tiempo. Primero tendrían que esperar que uno eliminara al otro. Fraguado el plan, los tres hombres se escondieron en una barraca alejada. Ningún hueste de Enciso iba allí porque la barraca quedaba cerca de la porqueriza.

El día que Nicuesa ancló en el muelle de Santa María la Antigua lo esperaba una multitud ansiosa. Alzó brazos, sonreído, uniendo sus manos como un papa, se creyó bienvenido. Nada de eso, enseguida él, el lugarteniente Colmenares y sus contados hombres fueron rodeados por los soldados y aventureros dispuestos a todo. Enciso se abrió para conminarlo de que se regresara a Nombre de Dios, cerca estaba Balboa.

Nicuesa quiso negociar haciendo valer su autoridad. Para demostrar su bondad, prometió no tomar venganza contra nadie, pero advertía que debían acatar su mando porque en su navío aguardaban tropas con ganas de estirar los músculos. ¿Para qué derramar sangre española innecesariamente?, deslizó una sonrisita Enciso, moviendo barbilla para que miraran atrás: El barco ya estaba tomado por los colonos, solo habían diez tripulantes. Colmenares guardó su espada.

Sometido el gobernador, fue llevado a un navío averiado y sin provisiones. Lo obligaron a zarpar con los otros, menos Colmenares quien, convencido por Balboa, aceptó servir a Santa María.  Así, Nicuesa y los otros fueron lanzados a su suerte mientras el mar rugía truenos. Nadie supo más de ellos.

A Enciso la celebración le duró poco porque días después la rebelión lo flanqueó y apresó para enjuiciarlo. Y cuando los colonos realizaron el primer cabildo abierto de América eligiendo a Balboa y a Martín Samudio como sus alcaldes, se le ofreció libertad si aceptaba retirarse a La Hispanola. Sin opciones aceptó, partiendo en la misma diligencia que daría informes a la corona sobre el proyecto de conquista al sur, a bien de que se enviara más apoyo.  Balboa envió con los delegados una carta para tan importante misión.

Luego dispuso levantar la iglesia para cumplirle a la Virgen, la cual sería pronto la primera Diócesis Católica en América. A Balboa por fin el camino se le despejaba.

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