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III

Transcurrieron semanas de muerte antes que acamparan en un punto de la costa a respirar tranquilidad.

Balboa se ganó la aparente confianza de Enciso luego de ser perdonado en el navío y su buena guía en el victorioso rescate de San Sebastián le daba créditos. Apoyado por otros soldados, había convencido a Enciso de partir al oeste, a Darién, y no quedarse en San Sebastían como ordenaba. Lo que encontraron al regresar allí fue retazos de maderos e hilos de humo entre cenizas y lodo.
La lluvia de flechas, dardos, lanzas, prometían una muerte segura. En Darién podían levantar un buen asentamiento porque los indígenas eran mansos. Además, por lo inhóspito de los bosques tierra firme adentro, convenía asegurarse cerca de las costas, le convenció Balboa.
Mas eso de indios mansos no resultó tan cierto debido a que los españoles habían cabalgado muerte en varias aldeas. El cacique Cémaco con quinientos guerreros le dio entonces otra malvenida venenosa al pisar Darién. Los españoles acabaron de comerse las uñas ante el número de nativos y se encomendaron a su patrona sevillana de la Antigua, rogando un milagro. Fueron semanas de emboscadas y batallas cuerpo a cuerpo. Al final, cientos de cadáveres de ambos bandos hicieron un reguero sangriento en hectáreas de selva virgen y Cémaco se internó en la jungla con sus sobrevivientes.

¡Recoged a nuestros valientes! – ordenó el alcalde – Tendrán sepultura como manda Dios. A los salvajes muertos abridle la cabeza a espada, no vayan a revivirse, igual a los heridos. – Respiró hondo... – ¡Que alimenten a gusanos y bestias! – Soltó la carcajada –.

Camino a la costa hicieron lo mismo, arrasaron aldeas a su paso. Niños y mujeres fueron también parte de la mortandad. A pocos les dejaban con vida, para el servicio doméstico, y para abrigarse con las mujeres.
En el campamento próximo a la costa caribeña darienita, por la tranquilidad que mantenían y agradecidos por la protección en los enfrentamientos, Balboa y Enciso asentaron en 1510 a Santa María La Antigua. El primer poblado español en tierra firme de América, futura capital de lo que se llamaría Castilla de Oro.
Darién era parte del territorio conocido como Veragua –Sin la “s” actual–, que se extendía por todo lo que hoy es Panamá, Costa Rica, Nicaragua y parte de Honduras–. El gobernador de todas esas tierras ricas era Diego de Nicuesa, un hidalgo influyente. San Sebastián era parte de la gobernación de Nueva Andalucía (Colombia), a cargo de Alonso de Ojeda.
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Como Nicuesa y Ojeda rivalizaban, el reino español había dividido el territorio en dos gobernaciones, dándole a cada uno autoridad para manejarlas según los límites fronterizos. Pero Enciso, subalterno de Ojeda, siguió el consejo de Balboa de trasladar San Sebastián a Darién. Ignoró el límite de las gobernaciones que era el golfo de Urabá, pasando a ocupar tierras bajo la autoridad de Nicuesa.
Con el tiempo, entre bromas y bebidas, Balboa y Enciso se mofaban sobre cómo darían la estocada a Nicuesa. Algo que tardaría poco en hacerse realidad.

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