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1519

Aquel día inmortal en Acla

Una llovizna de sangre roció las caras asombradas de colonos e indios neófitos en Acla, Darién. El puñado de espectadores rodeaba un pequeño patíbulo construido en el centro del poblado para la ejecución de Balboa y cuatro de sus amigos. Todos habían enmudecido después que el condenado, atado, intentando zafarse, gritó sus últimas palabras mientras se le recostaba la cara en una tuca recién talada. El gobernador Pedrarias fisgoneaba desde adentro de su barraca, escondido, aprovechando la complicidad de una grieta en la madera, para estar seguro de que la ejecución que sentenció fuese cumplida. Tras el golpe de hacha en la nuca, la primera cabeza en rodar fue la de Balboa. El verdugo le asestó el filo con toda su fuerza como exigían estos casos, mas no pasó del borde del patíbulo. Los ojos del Vasco Núñez se detuvieron hacia el mar sureño que años antes le dio méritos de conquistador. Pensaría quizás en aquel infinito reino de oro que se disponía conquistar en el recóndito sur, su anhelo nunca alcanzado. Y con aires de indiferencia, la brisa alisia costera pareció acariciar con insistencia las ramas de los árboles y los rostros atónitos. Testigos que poco a poco también se llevaría el tiempo en su atentado natural contra la historia, dejando inmortal aquella tarde de enero en 1519.

Balboa ¿Héroe o Villano? y el Mar del Sur

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